Con un cierto sabor agridulce,
donde un cúmulo de datos, que entrelaza pintores, reyes o poderosos con el
submundo de fronteras para poder traspasar de un lado al otro, sin olvidar las
predicciones escondidas entre lienzos que pasan desde Rafael Sanzio a Leonardo Da Vinci o El
Bosco, entre otros. Muchos son los misterios que esconden las tablas expuestas
en la gran pinacoteca del Museo de Prado.
“El buen maestro llega sólo
cuando el alumno está preparado”, es en ese momento cuando se comienzan a
destapar los secretos del Prado, y comenzamos a descubrir junto con Javier
Sierra un museo predictivo.
La fascinación de ver las
pinturas desde una perspectiva escudriñadora, no ha evitado momentos, casi angustiosos, que me sacaban de
la lectura. Los datos y más datos que el misterioso maestro Fovel maneja me pierden y no me hacen sentirme
cómodo, otras me agarran al misterio descriptivo de los signos que se muestran
en cada lienzo y siento la necesidad de observar, meterme y escudriñar los cuadros que inocentemente se
exponen en las paredes del Museo del Prado.
Una novela que la siento en
altibajos, donde poco a poco se va descubriendo al enigmático maestro y en el
momento final, cuando esperas la pregunta directa para una respuesta directa,
simplemente no aparece.
Mi consejo es que si decides
entrar en esta extraña aventura, coge lápiz y papel y comienza a enlazar con un
diagrama relacional a los dos Jesús, la lanza de Longinos, el jardín de las
delicias, los rosacruces, el Santo Grial valenciano, los hermanos del espíritu
libre, El Greco, el triunfo de la muerte, la perla, la sagrada familia …
Aquí dejo un fragmento de El maestro del Prado (Javier Sierra):
El sueño de Felipe II.
El Greco (ca. 1577). Monasterio de El Escorial, Madrid |
“—Es
cierto —asintió—. Para mí el cuadro del que te quiero hablar es, en primer
lugar, la prueba de algo mucho más profundo. Algo sin lo cual la comprensión de
estas obras que nos rodean sería incompleta y equívoca. El dato que pone en
evidencia que Doménikos Theotokópoulos, ese al que en la corte de Felipe II
llamaban «el griego», fue un miembro destacado de la confraternidad apocalíptica
de la Familia
Charitatis. Otro artista para el que las pinturas no eran sino
depósitos de un credo revolucionario que profetizaba la llegada de una
humanidad nueva y, sobre todo, una vía directa de comunicación con lo
invisible. El Greco, no lo olvides, fue místico antes que pintor.
—Pero
¿qué obra es ésa? —pregunto con la curiosidad desatada por semejante
revelación.
—En
El Escorial todos la llaman El sueño de Felipe II. A diferencia de los Boscos,
todavía está en el lugar que le asignó el Rey Prudente. Pero no la juzgues por
ese nombre. Ya hemos hablado de lo que pasa con los títulos de los cuadros:
¡casi ninguno fue puesto por su creador!”