Complaciente mañana, donde los
sofocos han dejado paso a una brisa mañanera perfecta para disfrutar del campo,
de este campo ancho de la ancha Mancha.
Es mi primera ruta en bicicleta de
montaña, espero y deseo que tenga oportunidad de otras, al menos ese es mi
propósito.
Soy un neófito en esto de las
modernas dos ruedas y me dejo llevar.
Pronto alcanzamos la subida a los
molinos, bajo plato y modero piñones hacia arriba conforme vamos empinando la
subida. Pronto noto el jadeo de mi respiración y el sofoco de mi corazón.
Suspiro y pedaleo con ritmo esforzado.
En los molinos, primera parada.
Fotos y recreación de vistas. Ahora descender, girando hacia “la parada del
ciclista”. En esta primera parte aprendo dos cosas, una que el casco nunca se debe olvidar, porque es
una pieza básica y que ya que te gastas los “cuartos” en una buena bici, nunca
te ahorres en el casco (Con toda la razón me dice Juanan), otra, que el bloqueo
de la amortiguación delantera tiene un sentido y razón de ser al ir cuesta
arriba.
Nos adentramos por el monte bajo
hacia las Labores donde nos deja bonitas estampas. Otra, ahora entre tanto traqueteo, soltamos
amortiguación.
La Sevillana es acceso básico de
iniciados en la bici de montaña.
Sin hacer una ruta muy técnica, si
hacemos una ruta muy básica, donde el aliciente de alguna subida y sederos de
trailera deja un pequeño regusto para seguir por este camino del pedaleo.
Son casi las 7,00 horas de la
mañana, como muchas otras, cruzo la Castellana y dejo a la derecha el
acristalamiento del Corte Inglés. El tráfico va muy lento, demasiado lento para
las horas que son. Casi estoy llegando a Cuatro Caminos y una ristra de coches
siguen a una bicicleta (de estás eléctricas que hay en distintos puntos de
Madrid).
El bicicletista va por todo el
medio del carril. Erguido, orgulloso, pausado, manteniendo el ritmo que le da
los pies y la electrizante bicicleta. Somos una procesión en una apenas
despertante ciudad. No hay tráfico y calladamente se sigue al tranquilo
bicicletista.
Mientras tanto recuerdo,…
Mi primer vehículo de traslado fue
una bicicleta, comprada en Otero, de cuadro a medida, una todo carretera con
marchas y de la marca RAZESA. Para mí en aquellos principios de los años 80 un
superlujo, que pude comprarme con mi sueldo, que por cierto no llegaba al
sueldo mínimo interprofesional de aquella época.
Con aquella bici verde Razesa me
movía por un complicado Madrid de tráfico. Temprano con ella iba al trabajo
(más de una vez me entremezclaba entre la llegada de los autobuses de los
trabajadores en Atocha), luego vuelta, incluso alguna vez que otra me valió
para coger la carretera de Andalucía/N IV para ir a mi pueblo. Gracias a la
bicicleta tuve mi primera libertad de movimiento en un complicado Madrid, donde
mezclarte con los vehículos era una auténtica arriesgada aventura.
En aquella época, los “cuatro” que
nos movíamos en dos ruedas éramos unos locos suicidas en una
ciudad y carreteras hechas para los vehículos.
La
bicicleta siempre ha sido un endeble vehículo de movilidad, cargada de
TNT cuyo iniciador está en el exterior, y casi siempre identificado con el
coche.
Es temprano, son casi las 7,00 de
la mañana,…
Seguimos en procesión, detrás de él,
que marcha en medio. Cuanto tiempo ha
pasado desde aquellos 80 (hoy la Razesa la tengo colgada a modo de museo y
grandes recuerdo, de aquellos años, en los que me había comido medio mundo y
buscaba comerme el otro medio). Hoy después de muchos años, entiendo al
tranquilo bicicletista que marcha por medio del carril, ajeno a tráfico o
cualquier circunstancia de circulación. Él va en bicicleta y contribuye a una
ciudad mejor, más sostenible, más humana y de menos coches. Pero hoy cuando los
sesenta no me son ajenos y los ochenta me quedan lejos, la percepción de mi
mundo está a la inversa (medio mundo me ha comido y lucho porque no me coma el
otro medio mundo).
Pienso, que no hay un “todo”, ni un
“nada”, que la mejor línea casi siempre es la de en medio, pero no la de en
medio del carril, sino de la comprensión, de entender que en la “mostruosa “
ciudad, moverse en bicicleta es sólo para unos pocos, porque pocos son los que
el domicilio de su lugar de trabajo están a tiro de piedra, pero en muchos
casos el trabajo necesita del vehículo y en otros, y que no son pocos, la edad
o problemas de salud le obligan a utilizar el coche.
Me gustaría una ciudad sin coches,
donde las bicicletas enarbolaran la bandera de una ciudad más humana, incluso
donde el transporte público extendiera sus tentáculos de excelente
comunicación. Ciudad de vías estrechas, aceras anchas, grandes espacios
peatonales, arboles. Ciudad sin ruidos y sin stress.
Pero mientras todo esto llega,
circulemos todos respetándonos. Entendiendo que el lugar que ocupamos en los
espacios públicos es sólo momentáneo, y que otros enseguida que lo dejamos lo
ocupan, y además es necesario para que todo fluya. Pido, en primer lugar,
respeto y distancia para los más débiles, pero también pido respeto y cuidado
por los más débiles porque cuando en esta ancha ciudad se sienten envueltos por
una invencible armadura sobre dos ruedas, esa armadura es sólo invisible.
Soñar leyendo, imaginar despierto o
conocer la historia de España desde los fenicios hasta la llegada de la
democracia es lo que pretende este interesante libro titulado “Momentos
emocionantes de la historia de España”.
Portada del libro
Marcos, un niño que descubre el
poder de la lectura y que es trasladado a las distintas etapas que van
generando la cronología de nuestra España. Narrar la historia de España, a través
de un viaje imaginario, acompañado de los personajes más significativos y lo
hechos más importantes que ha ido dando forma la España de hoy: La creación de
las ciudades con los fenicios, los romanos y su romanización, al-andalus, la
reconquista, colón y el descubrimiento de América, España un Imperio donde no
se pone el sol, el siglo de Oro Español, el declive, la Revolución Francesa, la
formación del Estado Moderno, el convulso inicio del siglo XX, la guerra Civil
y la Transición.
La Reina Isabel y el Rey Fernando.
Toda una aventura que nos acerca a
la historia de España, tanto a los pequeños, menos pequeños, adultos y más
mayores para saber porque hoy nuestro país
es como es y, quizás, porque somos como somos. Y si todo esto no te dice
nada, no pasa nada, porque vivir los momentos más decisivos y emocionantes de
la mano de hechos y sus personajes es
posible, porque tan sólo hay que dejarse llevar por su lectura donde navegar,
cabalgar y comprobar que “la Historia, puede ser la más asombrosa de todas las
aventuras imaginables”.
Marcos, será el hilo conductor que
nos lleve a través de los “Momentos emocionantes de la Historia de España”, ese
lugar donde sus primeros habitantes fueron: “oretanos, turdetanos, vettones,
vacceos, astures, cántabros… Pero me acuerdo muy bien de lo que Adriano dijo de
ellos: - Los íberos- me dijo – son rudos. Son salvajes. No se bañan. No tiene
caminos ni acueductos. No tienen teatros ni ciudades dignas de ese nombre. Son,
sin embargo, valientes. Son pueblos que aman la libertad.”
Momentos emocionantes de la historia de España de Fernando García de Cortázar es un libro que te hará cerrar los
ojos… y vivir mágicamente la cronología de nuestra historia. Será un viaje sin
mareos, de grandes perspectivas y de sentirnos saber que somos españoles,
porque así nos ha hecho nuestra historia.
Con mis zapatillas shimano MTB de agarre automático y montado
en mi “jaca”, prestada de 29 pulgadas, cabalgo cuan aventurado caballero marcha
cegado por la ilusión, así de esta guisa iba.
Los casi tres km, que hay desde mi casa a la salida, los
aprovecho para probar los cambios de platos y piñones que, por cierto, deslizan
en suavidad increíble. Soy dichoso y me siento aventurero de mi primer ventura,
aunque de todo ello albergo grandes dudas.
¡Al final, te caerás!, ¡Acuérdate de quitarte los
automáticos!, ¡Ya verás como la lías!,… así, estas y otras muchas advertencias.
Conque un cierto conque andaba en mis adentros.
Las inmediaciones del Aula de la Naturaleza engalanada de
atuendo y maquinas deportivas auguraban un excelente ambiente, destacando la
puesta de largo de la tienda de emergencia de Protección Civil Local y la incorporación de una tricimoto al Cuerpo
de Policía Municipal de Villafranca de los Caballeros, a ellos mis mejores
deseos de uso y prestación de Servicios.
Salida de la II Chelarace, vamos a por los 40 km controlados.
Los 500 ciclistas inscritos, guiados por los organizadores, pronto comenzamos a
dibujar una línea serpenteante, que en algunos tramos nos extendíamos por más
de 2 km. Bonito espectáculo se trazaba por los caminos y sendas del Termino,
aunque, de vez en cuando, nos hacían paradas de reagrupamiento y cruce de
carreteras.
¡Avituallamiento!.
¡Estamos rodeados! Y así fue. La Mancha lugar de tropas, y si antaño fue
Pantagolín y Cristino, hoy fueron una perfecta formación de ovejas, que a modo
de rebaño, rodearon de manera incasable y en despliegue de tío vivo para
acorralar las vituallas, haciéndolo inalcanzable para la tropa de a 500. Y fue
en la Casa Chupa, donde al fin, los 500 repusieron ganas y fuerzas, para
acometer el último tramo controlado que victorioso desfilará por calles y
plazas. Simplemente fue bonito.
Todo preparado, ¡Ahora viene los bueno!. No hay tregua. Es
medir fuerzas, sin contención, sin miramientos, porque simplemente es lo que
cada uno más pueda. Estoy metio, en mi primera gran prueba, donde el hombre y
la máquina son un binomio sincrónico. No caben errores.
Dejando la laguna Grande, entramos por el “Polvorín”; por
aquí, algo ya noto, y es que el sillín y las “posaderas” no van bien
entendidas, parece que son dos partes, de hombre y máquina, que andan mal
avenidas. No da tiempo a llegar a un entendimiento, cuando surgen nuevas
controversias: plato grande o plato pequeño (menos mal que sólo son dos), piñón
arriba o más abajo, palanca de la izquierda o de la derecha y ahora la de
arriba o la de abajo, entre medias suelta el automático y agárrate como puedas.
En fin un barco en una llanura de escasa aguas pero con muchas aguas.
¡Impresionante!, entre tanta discusión de hombre y máquina
brota el egodisfrute, donde el tramo ribereño del Cigüela me sube el espíritu y
de vez en cuando, aprovechando cualquier resquicio, grito: -Por la izquierda,
por la izquierda-, con ánimo de que me faciliten mi eufórico pedaleo.
Otra vez por el pueblo, pero esta vez sin internamientos,
sólo por la periferia; pero con algo claro: la bicicleta y yo debemos vernos
más si queremos andar en estas guerras. Paso de nuevo por la laguna Grande y en sus últimos 15 km.
Algo pasa y no sé qué, pero lo que es cierto es que es
insoportable. Zona plantar del pie derecho, por centrarlo más, por el metatarso.
Dolor y dolor. Será que llevo el pie recalentao, será que la zapatilla no me
ajuste, será que no estoy acostumbrado,… No sé. A veces trato de levantarlo y
me olvido de que está automatizao. Sufro, pero
hay que seguir. Como buen samaritano alguien pedalea y me habla, yo le
digo y le cuento de mi penitencia, y por una cosa u otra, sigo su consejo y
hecho fuera el automático. Primeros pinares y zonas técnicas. –Cambia al plato
pequeño-, me dicen. Yo no sé ni donde tengo la mano izquierda, así que… Al
suelo y bendito dolor que me ha mantenido el pie fuera de tan automática
agarradera, favoreciendo mi pie en tierra evitando el a barruntamiento de mis
lomos revolcaos por suelo.
Al final, siempre la meta, y con la suerte de poder disfrutar
con el grado justo de “masoquismo deportivo”, aunque me da que, si quiero
seguir por estos derroteros, estoy obligado a tratarme más con estos artilugios
mecanizados de dos ruedas.
Ah!! Aprovecho para agradecer a los de la organización, que
andaban por caminos y cruces desplegados, por sus ánimos, también aquellos
ciclistas más avezados que el que esto dice, por tenerme en cuenta y por último pedirle disculpas a la
señorita, que bien pedaleo detrás de mí los últimos kilómetros, y que yo en ese
ego de “machoalfa” apreté dientes, orejas y zapatillas simplemente por llegar
antes que ella, sin que esto me llevará a nada.
Pinchar para ir al track de los 30 km de competición en la II Chelarace: