martes, 30 de enero de 2018

El camino mozárabe

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Terminar un libro y quedarte con el deseo de que no acabe para seguir es una situación de agrio placer que te atrapa y te obliga a elegir con criterio el siguiente. Jesús Sánchez Adalib a través de sus documentadas letras nos adentra en una época significativa de la historia de España, la ocupación Árabe y la inestabilidad bélica entre agarenos e infieles. En el siglo X  nos encontramos en una península ibérica donde dos grandes personajes de la historia de España tienen una dura pugna por domeñar este territorio.

Abderraman III en Córdoba como epicentro de su califato y el rey Ramiro II, supremo del reino cristiano de Gallaecia, ubicado en León se enfrentan en una cruenta batalla en Simancas, donde los cristianos infringen una dura derrota al islán. Este es el punto de inicio de una trama que nos llevan a un juego de negociaciones, intrigas y hechos para establecer una paz estable en los reinos.

Conocer de manera sencilla sus sociedades, distinguir sus distintas peculiaridades y enriquecerte con un extenso vocabularios utilizado por el autor es una experiencia que te deja con la agradable sensación de que el tiempo vertido ha merecido la pena, aunque alguna o muchas de sus veces el cansancio me ha dejado inmerso en aquella forma de vida.

Córdoba y León o moros y cristianos una separación diferente sometidos por su común vivir en una mezcolanza de culturas y religiones. El Corán perdido y las  reliquias de San Paio, dos objetivos de unas embajadas obligadas a entenderse son las que marcan el Camino Mozárabe de Jesús Sánchez Adalib. “-¡Muy bien dicho! ¡Que nadie venga aquí a juzgarnos! ¡Nuestro rey es Cristo, pero honramos a quien nos gobierna! ¡Somos súbditos del gran Al Nasir de Córdoba, nuestro califa!”.


Sin duda un libro que nos acerca a nuestra historia de manera novelada y bien documentada y que en ocasiones nos hace unas excelentes descripciones “En cuanto a mí, nací y me crie en el valle del río Masma, entre las masas de los bosques impenetrables; donde es maravilla el húmedo olor de las hojas muertas que cubren la tierra, bajo los cielos encapotados guardianes de la preciada lluvia que hace fértiles los claros, los prados, los huertos, los viñedos... Allí, en los sotos poblados de castaños, que brillan cuando asoma el sol y sus hojas adquieren el tono de las uvas transparentes, las casas y las cercas de piedra gris están separados por el follaje ya maduro e inmóvil de los abedules, que, en otoño, se visten con los tintes rojizos que recuerdan las manchas de óxido sobre la ropa blanca recién planchada. Y los negros troncos de los robles se cubren con un terciopelo de moho verde de extraño y cálido tacto. Es tierra adentro, pero ¡qué cerca se presiente el mar frío, aun al abrigo de los montes!”.

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